Hombre lesbianas quieran jugar


BUSCO AMO EXPERIMENTADO
Me llamo Jordi. Tengo 42 años, estoy divorciado y tengo un hijo que ocupa el centro de mi vida fuera de esto. Lo que voy a contarte no busca adornos ni justificaciones: durante más de quince meses me entregué a un camino que me transformó hasta la médula. Conocí a una Ama en esta página —Selenadom— y, poco a poco, ella fue despojándome de armaduras que ya no practicaban más que el ruido. Me enseñó a callar cuando antes gritaba, a obedecer cuando antes discutía, a rendirme cuando antes me empeñaba en sostener el caos. Y al rendirme descubrí una calma que jamás había conocido.
Quiero que lo entiendas sin eufemismos: para mí la sumisión no es pusilanimidad ni espectáculo; es una medicina que ordena. Mi cabeza era una biblioteca en desorden, un revoltijo de dudas, expectativas y orgullo. Tener a alguien que pone orden —no de forma arbitraria, sino con criterio— fue como recibir una brújula en un mapa sin norte. Cuando alguien toma las riendas no sólo del cuerpo, sino de la mente, yo me calmo y me encuentro. No sé describirlo con tecnicismos: es una sensación de ser encontrado desde fuera y, a la vez, de reencontrarme por dentro.
Tras finalizar aquella etapa me desconecté: me salí de la página, tiré a la basura prendas y juguetes, intenté hacer un gesto de renuncia. Me tomé meses para recomponerme. Pero la memoria del proceso no se borra así como así. La piel recuerda, la rutina llama, y la mente reclama lo que una vez la apaciguó. Ahora, con las cosas más claras y una cierta limpieza emocional hecha, quiero dar un paso más: ofrecerme a un hombre.
No lo hago por pose ni para acumular historias. Me ofrezco porque busco algo real, una dependencia auténtica y sostenida, no un juego de fin de semana. Quiero que tu voz pese; que tus órdenes, tus correcciones y hasta tus silencios tengan la fuerza suficiente para alinear mis pensamientos con tu voluntad. Deseo que el control no sea sólo físico: lo quiero total, mental. Que modeles mi interior hasta que mi criterio y mi deseo se fundan con los tuyos. Esa idea de ceder la propia mente —de dejar que alguien entre y reordene lo que hay dentro— no me asusta; me serena.
Imagino el proceso como una escultura: quitamos capas, lijamos aristas, corregimos proporciones. No busco desaparecer; busco ser esculpido. Cada consigna tuya sería un golpe de cincel en una pieza tosca que necesita forma. Cada corrección, por pequeña que parezca, es un paso hacia una dependencia honesta. Para mí, la práctica constante, las pequeñas repetidas correcciones, la nitidez de las reglas, son más valiosas que un gesto grandilocuente. La constancia pule más que el drama.
Soy consciente de que todo esto puede sonar radical. Lo es. También sé que hay miedo —a perder autonomía, a cruzar límites que no deben cruzarse— y respeto profundamente esos temores. Para que exista lo que propongo hace falta seguridad, consentimiento claro, límites y comunicación. No hablo de abdicar de la vida ni de renunciar a mi responsabilidad como padre. Hablo de encontrar, dentro del respeto mutuo, un marco que me permita respirar tranquilo porque mi mente sabe qué hacer.
Si la distancia te preocupa, lo seré también con eso: puede ser un obstáculo, pero no un tapón. Si hay una conexión mental profunda —una sintonía donde tus palabras generan resonancia— estoy dispuesto a viajar, a desplazarme, a cruzar lo que haga falta para que ese proceso exista y se sostenga. Para mí la proximidad física es secundaria si primero se da la afinidad de mentes; cuando esa conexión existe, el cuerpo sabe encontrar su lugar.
Quiero dejar claro quién soy: soy alguien leal, responsable, que cuida y que cumple con sus obligaciones. Mi hijo es mi prioridad y mi vida cotidiana está marcada por la responsabilidad. Pero también soy alguien que necesita ser guiado, que ha aprendido que la sumisión bien entendida es un acto de valentía y de honestidad: dejas de intentar controlarlo todo porque ya no te hace falta. En ese abandono aparece una forma inesperada de libertad.
No busco que me compadezcas ni que me rehabilites. Busco un tutor, un guía, alguien con criterio y mano firme que no se confunda con autoritarismo gratuito, sino que entienda la profundidad del trabajo: el proceso de modelar una mente exige paciencia, coherencia y respeto. Quiero que me corrijas cuando haga falta, que me exijas, que me desafíes, pero siempre desde la perspectiva de construir, no de castigar por placer.
No me considero bisexual, y quiero dejarlo claro desde el principio porque no busco disfrazar mi orientación ni jugar a ser algo que no soy. Lo que he descubierto en este camino no tiene tanto que ver con etiquetas, sino con un aprendizaje mucho más íntimo: he aprendido a servir y a procurar placer sin que el sexo de la persona determine nada. He comprendido que la entrega no depende de si es un hombre o una mujer quien está delante, sino de la intensidad con la que me entrego y de la autenticidad del vínculo que se genera. He descubierto que hay un goce profundo en centrarme por completo en la otra persona, en afinarme a sus necesidades y en ser instrumento para su disfrute. Y ese goce, paradójicamente, termina devolviéndome placer a mí mismo: me excita y me alimenta ver cómo mi entrega produce calma, satisfacción o gozo en el otro.
Este camino también me ha llevado a un proceso de desmasculinización, que no de feminización. No me atrae disfrazarme de mujer ni deseo adoptar gestos que no siento como propios, pero sí he aprendido a soltar rutinas y esquemas que antes me hacían sentir obligado a reafirmar mi masculinidad a través de mis genitales. Hoy no me siento empoderado por el hecho de tenerlos; ya no son un centro de poder ni una fuente de identidad, sino simplemente una parte más de mí. Esa liberación me ha permitido entender la entrega desde un lugar mucho más profundo, menos condicionado por el género y más enfocado en la dimensión psicológica de la sumisión.
Por eso puedo estar abierto también, si se da el caso, tanto a una tutora como a una pareja que quieran guiarme, siempre que lo hagan desde un trabajo centrado en lo mental y lo psicológico, más que en lo puramente sexual. No busco disfraces ni juegos vacíos, sino una dirección clara, una disciplina que modele mi interior y me permita seguir creciendo en este camino. No soy bisexual, pero sí alguien que ha aprendido a obtener placer del placer ajeno y a dejarse transformar por una guía firme y coherente, venga de quien venga.
Si lo que lees resuena y sientes curiosidad, me gustaría empezar a hablar. No pido promesas grandilocuentes: pido honestidad, intenciones claras y ganas de trabajo. Estoy dispuesto a mostrarte quién soy, a abrirme sin reservas y a entregarme a un proceso que entienda límites y seguridad. Si decides que esto puede tener cabida entre nosotros, dime y comenzamos. Gracias por leerme y por tu tiempo. Estoy listo.
Quiero que lo entiendas sin eufemismos: para mí la sumisión no es pusilanimidad ni espectáculo; es una medicina que ordena. Mi cabeza era una biblioteca en desorden, un revoltijo de dudas, expectativas y orgullo. Tener a alguien que pone orden —no de forma arbitraria, sino con criterio— fue como recibir una brújula en un mapa sin norte. Cuando alguien toma las riendas no sólo del cuerpo, sino de la mente, yo me calmo y me encuentro. No sé describirlo con tecnicismos: es una sensación de ser encontrado desde fuera y, a la vez, de reencontrarme por dentro.
Tras finalizar aquella etapa me desconecté: me salí de la página, tiré a la basura prendas y juguetes, intenté hacer un gesto de renuncia. Me tomé meses para recomponerme. Pero la memoria del proceso no se borra así como así. La piel recuerda, la rutina llama, y la mente reclama lo que una vez la apaciguó. Ahora, con las cosas más claras y una cierta limpieza emocional hecha, quiero dar un paso más: ofrecerme a un hombre.
No lo hago por pose ni para acumular historias. Me ofrezco porque busco algo real, una dependencia auténtica y sostenida, no un juego de fin de semana. Quiero que tu voz pese; que tus órdenes, tus correcciones y hasta tus silencios tengan la fuerza suficiente para alinear mis pensamientos con tu voluntad. Deseo que el control no sea sólo físico: lo quiero total, mental. Que modeles mi interior hasta que mi criterio y mi deseo se fundan con los tuyos. Esa idea de ceder la propia mente —de dejar que alguien entre y reordene lo que hay dentro— no me asusta; me serena.
Imagino el proceso como una escultura: quitamos capas, lijamos aristas, corregimos proporciones. No busco desaparecer; busco ser esculpido. Cada consigna tuya sería un golpe de cincel en una pieza tosca que necesita forma. Cada corrección, por pequeña que parezca, es un paso hacia una dependencia honesta. Para mí, la práctica constante, las pequeñas repetidas correcciones, la nitidez de las reglas, son más valiosas que un gesto grandilocuente. La constancia pule más que el drama.
Soy consciente de que todo esto puede sonar radical. Lo es. También sé que hay miedo —a perder autonomía, a cruzar límites que no deben cruzarse— y respeto profundamente esos temores. Para que exista lo que propongo hace falta seguridad, consentimiento claro, límites y comunicación. No hablo de abdicar de la vida ni de renunciar a mi responsabilidad como padre. Hablo de encontrar, dentro del respeto mutuo, un marco que me permita respirar tranquilo porque mi mente sabe qué hacer.
Si la distancia te preocupa, lo seré también con eso: puede ser un obstáculo, pero no un tapón. Si hay una conexión mental profunda —una sintonía donde tus palabras generan resonancia— estoy dispuesto a viajar, a desplazarme, a cruzar lo que haga falta para que ese proceso exista y se sostenga. Para mí la proximidad física es secundaria si primero se da la afinidad de mentes; cuando esa conexión existe, el cuerpo sabe encontrar su lugar.
Quiero dejar claro quién soy: soy alguien leal, responsable, que cuida y que cumple con sus obligaciones. Mi hijo es mi prioridad y mi vida cotidiana está marcada por la responsabilidad. Pero también soy alguien que necesita ser guiado, que ha aprendido que la sumisión bien entendida es un acto de valentía y de honestidad: dejas de intentar controlarlo todo porque ya no te hace falta. En ese abandono aparece una forma inesperada de libertad.
No busco que me compadezcas ni que me rehabilites. Busco un tutor, un guía, alguien con criterio y mano firme que no se confunda con autoritarismo gratuito, sino que entienda la profundidad del trabajo: el proceso de modelar una mente exige paciencia, coherencia y respeto. Quiero que me corrijas cuando haga falta, que me exijas, que me desafíes, pero siempre desde la perspectiva de construir, no de castigar por placer.
No me considero bisexual, y quiero dejarlo claro desde el principio porque no busco disfrazar mi orientación ni jugar a ser algo que no soy. Lo que he descubierto en este camino no tiene tanto que ver con etiquetas, sino con un aprendizaje mucho más íntimo: he aprendido a servir y a procurar placer sin que el sexo de la persona determine nada. He comprendido que la entrega no depende de si es un hombre o una mujer quien está delante, sino de la intensidad con la que me entrego y de la autenticidad del vínculo que se genera. He descubierto que hay un goce profundo en centrarme por completo en la otra persona, en afinarme a sus necesidades y en ser instrumento para su disfrute. Y ese goce, paradójicamente, termina devolviéndome placer a mí mismo: me excita y me alimenta ver cómo mi entrega produce calma, satisfacción o gozo en el otro.
Este camino también me ha llevado a un proceso de desmasculinización, que no de feminización. No me atrae disfrazarme de mujer ni deseo adoptar gestos que no siento como propios, pero sí he aprendido a soltar rutinas y esquemas que antes me hacían sentir obligado a reafirmar mi masculinidad a través de mis genitales. Hoy no me siento empoderado por el hecho de tenerlos; ya no son un centro de poder ni una fuente de identidad, sino simplemente una parte más de mí. Esa liberación me ha permitido entender la entrega desde un lugar mucho más profundo, menos condicionado por el género y más enfocado en la dimensión psicológica de la sumisión.
Por eso puedo estar abierto también, si se da el caso, tanto a una tutora como a una pareja que quieran guiarme, siempre que lo hagan desde un trabajo centrado en lo mental y lo psicológico, más que en lo puramente sexual. No busco disfraces ni juegos vacíos, sino una dirección clara, una disciplina que modele mi interior y me permita seguir creciendo en este camino. No soy bisexual, pero sí alguien que ha aprendido a obtener placer del placer ajeno y a dejarse transformar por una guía firme y coherente, venga de quien venga.
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